Enanitos

La familia Torres Quiroga se componía de tres miembros, bueno, cuatro si contamos al canario y concretamente ,124 si contamos con los enanitos que coleccionaba Ricardo, el hombre de la casa.

Vivían en el Barco de Valdeorras, en la provincia de Orense. Ricardo era médico y conocido en la ciudad por sus buenas obras. Tita, su mujer, era alegre y cursi, y aparte de esto, no se le la conocía por nada más. Leo era la fiel doncella de ambos, cocinaba con esmero y limpiaba como nadie la colección de enanos: unos eran de categoría ,había un par de Biscuit, uno de
Limoges, el más preciado de Chantilly, uno minúsculo de Sevres ,el rojito y verde de Sargadelos, el gris clarito de Lladró, Tita adoraba al azul de Compañía de Indias y Ricardo tenía preferencia por el chiquitín de Stafford, poco a poco la colección entraba en decadencia e incluso aparecían intrusos de porcelana ,el colmo fue cuando apareció uno de plástico pero los aceptaban con el tiempo y eran incluidos con naturalidad en las conversaciones.
_Has visto que bien se está adaptando el enanito blanco?
_Parece que lleva en casa desde pequeño,verdad?
_Qué me dices del de loza, se le están yendo hasta los complejos
_Pero, qué ideal está el rosita que te regaló Carmucha!
Pasaban los años, se multiplicaba los enanos y la cara de Leo aumentaba en arrugas a medida que crecía la prole acondroplásica .
_Miña nai,¡qué disparate!,se escuchaba decir a Leo por lo bajinis.
Tita comenzó a exigir a Leo que limpiara mejor a los enanos, luego que bañara a cada uno en una bañerita de muñecos pero, cuando Tita comenzó a encargar a Sara ,la costurera,la confección de 124 sábanas enanas para 124
camitas enanas…
La fatídica mañana aparecieron cientos de miles de pedazos de cuerpecitos de colores ,un trozo de pantaloncito verde, medio gorrito rojo, un bigotito, un zapatito negro. Sólo permaneció intacto, Pepiño, así se llamaba el de
plástico.
Faltaba la maleta de Leo y en una nota escribió: Marcho, centollos!
FRANCO

Te fui a buscar cerca del invernadero, al lado del camelio… ¿recuerdas? Allí fue la primera vez que nuestras miradas se cruzaron. Nunca olvidaré ese día porque esa mañana me jubilé. No podía apartar los ojos de ti, era lo más parecido a un flechazo que había sentido nunca. Me miraste con tus ojos penetrantes, profundos, de un verde
hipnótico. Caí rendida a tus pies. Todo el pudor contenido acabó ese día. Nunca había sido tan rápida en
entregarme; primero acariciaste mis piernas con cuidado, de forma rítmica, despacio; me recuerdo temblando, tu lengua áspera me recorría, respondí a tus caricias con rubor. Al poco tiempo, te entregué mi corazón.
Sabes que la mitad de la casa se oponía a nuestra relación; aun así, aposté todo al negro. Eras alegre, encantador, me derrito si pienso en tu cuerpo sobre el mío.

La primera mañana que faltaste te esperé junto al camelio. Al principio no le di importancia: te imaginé en uno de tus paseos solitarios, pero, pasados los días, ni una señal, ni un mensaje. ¿Por qué me haces esto? Te necesito,
necesito tu bigote gallego, esa actitud tan despótica que tanto me atrae, tan sorprendente, tan dictatorial. Sigo preparando tu comida favorita cada día, por si apareces. Compré esa merluza de pincho que tanto te gusta, en el
mercado de Bouzas. La tengo congelada y saco un trozo cada mañana por si apareces.

Franco, mi amor, necesito saber si estás vivo. Creía que lo nuestro era especial, somos cómplices de miradas, de juegos. ¿Qué he hecho mal? Te espero en la playa, Junto a la mesa de piedra; los días pasan…la nostalgia me
está consumiendo. He puesto carteles con tu foto en cada árbol del barrio por si estuvieras, acaso, desorientado .

De la pena paso a la rabia; ¡desagradecido!, ¡qué te has creído!, ¡me enfrenté al mundo por ti!, ¿así me lo pagas? Si no vuelves, regalaré todos tus juguetes y todo el saco de Whiskas gourmet será para las gallinas de Carmiña.

He visto la mirada de esa gata blanca posada en ti. Si te has buscado otra familia estarás condenado a mi indiferencia; pero si no has tenido reflejos y un coche te ha podido atropellar, te esperaré en el cielo, que, de existir,
seguro que allí nos encontraremos.

Tengo morriña, mi querido Franco. Contigo se vivía mejor.
COBAYAS

Emi tenía los ojos saltones, dos dientes un poco amarillentos que sobresalían más que el resto y un pelaje pelirrojo con tonos cobrizos. Desprendía un olor pestilente: una mezcla entre orín y paja húmeda, pero sus gráciles movimientos la distinguían del resto de sus compañeras de jaula. Eran todas hembras, aunque más comunes; sus pelos eran marrones, grises, castaños…nada que ver con el pelito suave y rojo de Emi.
Todas ellas eran custodiadas por un hombre de uniforme gris, con ojos azules y dientes separados. El cuidador sólo prestaba atención a la pequeña Emi y desatendía al resto con una crueldad manifiesta. Un buen día dejo de echar comida a Perla, una hembra de edad avanzada, hasta que apareció sin
vida. Tardó tres días en retirarla del cubículo. Luego le siguió Yafa; la pobre
era tuerta y sólo recibía insultos del hombre. A Emi, esta situación parecía no importarle y miraba seductora a Josef, el carcelero. Él la obsequiaba con trocitos de zanahoria, que ella guardaba en
sus carrillos durante días, y así consiguió sobrevivir.
Un 17 de enero, Josef desapareció. Pocos días después, el ejército Rojo
liberó a los presos de Auschwitz.
Cuando conocí a Emi, ya sabía que había sido cobaya de Mengele. Él se sentía fascinado por su pelo rojo y estudiaba si esa circunstancia hacía más fogosas a las mujeres. Se sometió a sus experimentos con pavor, pero no llegó a producirle dolor físico y confesó que llegó a sentirse hechizada por
su belleza. Tuvieron un último encuentro en Sao Paulo; compartían el mismo dentista sin
saberlo. Ella, al verlo, perdió el conocimiento, se desplomó en la calle y nadie creyó que se hubiese encontrado con el propio Mengele. Años después se descubrió que el doctor había muerto en Brasil: sufrió un infarto mientras nadaba tranquilamente en una playa. Le reconocieron tras analizar los
huesos de su boca, sus dientes separados lo delataron. Estuvo enterrado con un nombre falso en un lugar llamado Embu das Artes.